El año más feliz de mi vida lo pasé en South Dakota. O, como debería decir, en Dakota del Sur. Mis padres tenían pendiente durante ese curso una mudanza muy complicada y un amigo les ofreció acogerme durante un año de intercambio en el mismo instituto al que iban sus hijos, en Sioux Falls. Eran los ochenta y luego he vuelto otras veces y alguna más hasta los he visitado en Kansas. Esa es una América que nunca aparece en Europa, como no sea para ridiculizarla. Los típicos bufones progres presuntamente tan civilizados que se ríen de unos presuntos freaks, cuando los enanos jorobados son ellos precisamente, como si su torcida y podrida visión del mundo fuese la normal y todo lo demás una tribu de anormales. Es tan absurdo como si el Oskar de Günter Grass se presentara como el modelo perfecto del crecimiento humano. Pero a Grass me lo guardo para otro día. Y tampoco toca hoy hablar del esperpento de Europa, que no se da cuenta de hasta qué punto se mira a sí misma en espejos deformes y deformantes.
De lo que quería hablar es de algo que leí hace tiempo y que no quiero que se me muera sin tratarlo: la Segunda Enmienda de la Constitución americana, si queremos decirlo fríamente, o si queremos decirlo de forma más directa, del inmenso, no cuantificable beneficio social y espiritual que las armas traen a cualquier sociedad que las permita libremente.
De las estadísticas hablaba en junio
Albert Esplugás, con notable juicio, pero yo estoy más en la línea de
Eric S. Raymond. Es un tema complicado de expresar. Lo que a mí me mueve a defenderlas no es que las armas salven vidas, y no es porque sean una educación ética al hacernos conscientes de la responsabilidad que supone cargar un arma y usarla (o no). Como dice Clint Eastwood en
Sin perdón, cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tiene (una feminista imbécil preguntaría de inmediato, "¿y qué pasa cuando matas a una mujer?", pero de feministas imbéciles hablo otro día... joder, cómo se acumula el trabajo...). Eso es lo que dice Raymond, que el uso de armas es una educación ética, y es una perspectiva muy válida, infinitamente más válida que todas las estadísticas que logremos acumular. Sin embargo, hay algo más allá de las estadísticas, que la progresía torcerá a su antojo, y más allá de la ética, que el "progresismo" escribe con hache cuando no va y directamente la secuestra, la mete en un zulo con puerta de caja acorazada, y la viola cada noche mientras le grita que le llame amo. Eso es lo que la izquierda hace, a veces (?), con la ética.
De lo que yo quiero hablar (me cuesta, disculpas) es de respeto. De RESPETO. De un respeto casi metafísico que yo sentía disparando el Magnum .357 que me dio mi "padre americano" para que practicara el tiro al blanco, en el cobertizo de la granja que tenía a las afueras de la ciudad. El mismo rellenaba sus cartuchos igual que se líaba sus propios cigarros y me dio un .357 porque pensó que era perfecto para el hombretón que yo iba camino de ser, pero que no me arrancaría un brazo con el retroceso. Allí, rodeado de un vacío sin fin en cada dirección, cada disparo sonaba enorme en un aire de una limpieza increíble. Cada disparo te hacía consciente de la gigantesca importancia que tiene la bala que sale del cañón. Y para que eso ocurra no importa si tu familia está detrás y la defiendes, o si estás tomando la decisión correcta o no al disparar. La bala que sale te pone en contacto directo con el mundo, con las grandes verdades de la vida y la muerte que solamente puedes entender hoy con una pistola en la mano. Disparando, te enfrentas a los grandes misterios que abre (o podría abrir) cada bala, cada apretón en el gatillo. La pistola que empuñas es una llave posible a otras dimensiones en las cuales no eres nadie. La vida toma otro sabor cuando sabes que un ligero clic basta para arrebatarla. Sentir que la muerte, que es inmensamente más grande que nosotros, puede caber en tu mano te hace sentir inmensamente pequeño y gigantesco, al mismo tiempo.
Cada vez que disparas una pistola te haces más sabio, al entender que hay cosas tan valiosas y tan grandes que el único sentimiento posible ante ellas es el respeto. Un respeto, una sensación de respeto que se filtra hasta el tuétano. Ese respeto que te abre los ojos y te da la justa medida del hombre, una medida exacta de su tamaño, poder e invalidez. Un hombre que dispara si algún día se vuelve un bufón contrahecho, sabrá darse cuenta de que lo es, y nunca se creerá esbelto si se mira en los espejos del Callejón del Gato. La medida exacta humana que se alcanza disparando reflexivamente (aunque sin pensar) da pie a un gran RESPETO, un gran respeto hacia todo lo que eres y puedes ser y todo lo que no eres y no podrás ser nunca jamás. Disparar da un conocimiento cierto de que hay verdades profundas que nunca se podrán manipular. Disparar hace que comprendas con cada fogonazo que la Verdad existe. Una verdad objetiva que no se vende y que hay que alcanzar. Nada de las distorsiones interesadas presentadas como "verdades" de ya sabemos quiénes. De disparar sacas un hondo compromiso con mirar a las cosas directamente a los ojos, buscando la línea entre lo cierto y la mentira...
Cuando explotó el Challenger justamente estaba en South Dakota. Como era entre semana no pude ir a disparar hasta el sábado, y ese día cayó una nevada que me dejó encerrado en casa. Pero el domingo había un cielo imposiblemente puro,
crisp se dice en inglés. Tras volver de la Iglesia (donde hubo un recuerdo para los siete) mi "padre" y yo llenamos el aire de disparos mientras teníamos en la cabeza a las víctimas en ese nuevo
Titanic. Desvanecidas para siempre en un simple parpadeo.
Otros sabrán defender la libre posesión de armas con argumentos lógicos y éticos y ser sin duda mucho más convincentes. A mí me sale directamente de las entrañas, del conocimiento de los límites y lo ilimitado que se me concedió en esa época tan caótica que es la adolescencia. Seguramente sería de una forma muy diferente sin ese cobertizo y esa pistola.
(Perdón por el rollo y el lenguaje, que quizá se pasa tres pueblos por lo literario. Era algo que me quería sacar de dentro y a lo mejor no está muy claro).