¿ADD o DDD?
¿Qué clase de “disability” tendrá?, me pregunto, contemplándolo: a pesar de unos andares un poco torpes y cara de tarugo, me parece un hombrecito hecho y derecho. Tomo el papel de su mano. Un escalofrío me recorre la espalda: ADD o deficit atencional, eso que en España se llamaba simplemente “hiperactividad”, o sea, un niño que, obedeciendo a la parte más animal de su ser, no puede estarse quieto. Otrora se arreglaba de manera más pragmática:
Hoy en día, Matt Stone y Trey Parker también lo tienen claro:
Aunque los liberales rechazamos el pragmatismo, ese día lamenté no tener sotana. En fin, repaso la hoja para ver las condiciones especiales que precisa el joven, según la oficina médica: entorno libre de distracciones (me pregunto cómo es eso posible en un aula con 40 estudiantes, si puedo mostrar transparencias y hablar al mismo tiempo), tiempo extra en los exámenes (si fuera disléxico o tuviera parálisis cerebral, se entendería) y, atención, un apuntador voluntario pagado.
Héctor viene a clase en un imponente Chevy Impala de los años 60. En estos pagos el clima es muy seco. Los coches antiguos se conservan muy bien y los chavales suelen apañarlos (los llaman “lowriders”) para fardar con ellos en la escuela. Como en un proceso de selección natural, el que lleva el coche más lucido suele conducir a más chicas. El caso es que no me cabe duda de que Héctor es un mecánico magnífico que podría usar sus habilidades naturales para ganarse la vida muy bien. Pero el estado, contrariando sus apetencias, mi preferencia, y el bienestar de los otros estudiantes, me impone su presencia en la clase.
Los resultados de la política educativa de mi estado: desde que Lily González (nombre falso) se apuntó de apuntadora, el tarugo de Héctor no hace el huevo. Sabe que va a tener apuntes al final de la clase, preste atención o no. Se pierde mis explicaciones y las preguntas y el debate entre sus compañeros. Es más, su desidia ha alimentado la indisciplina en mi aula. El otro día, una de mis estudiantes se pone a leer Seventeen delante de mis napias. Guardo silencio, contemplándola. Tensión en el aula. Por toda respuesta, Susan me mira y luego mira a Héctor, que está inspeccionando los fluorescentes otra vez. Su mirada lo dice todo: “Si él puede, ¿por qué yo no?”
No es que a Héctor le vaya muy bien. Al contrario: sus notas descienden. Su apuntadora se burla de él en los pasillos con sus amiguitas (so much for confidentiality). Conociendo la crueldad de los adolescentes descontrolados, no tardará en convertirse en el hazmerreir de la clase. Es una reacción natural, ya que el estudiante normal piensa que los estudiantes especiales gastan un dinero considerable del presupuesto en acomodaciones que apenas los benefician y que reducen el rendimiento de la clase. Mientras tanto, este muchachote bien podría ganarse la vida en una tarea industrial o agrícola, sirviendo a la gente intelectualmente más apta.
Si no fuera por su malintencionada tendenciosidad política, suscribiría punto por punto la canción del comediante hispano Carlos Mencía (de la web de Comedy Central):
http://www.comedycentral.com/motherload/player.jhtml?ml_video=72779&ml_collection=&ml_gateway=&ml_gateway_id=&ml_comedian=&ml_runtime=&ml_context=show&ml_origin_url=%2Fmotherload%2Findex.jhtml%3Fml_video%3D72779&ml_playlist=&lnk=&is_large=trueject>
5 Comments:
Estás enfermo, Quesitos. Muy, muy, muy enfermo.
Un consejo, da sólo clase en el sector privado, que es el único que va con tu ideología, eso que llamas liberalismo y que se reduce a apoyo al liberalismo económico.
Y por favor, deja tu plaza a una persona más motivada para la educación
jajajajajajajaja.
Siempre me fastidio esa gente que iba a clase a incordiar. Yo que soy más educado me quedaba en el bar, pero cuando iba era el que más atención ponia en la clase con diferencia.
Javi ¿qué parte de esta frase no entiendes?
"No es que a Héctor le vaya muy bien. Al contrario: sus notas descienden."
Espero sinceramente que tú, con unas dificultades de comprensión lectora terribles, no des clases en ningún sitio.
De paso, comentarte algo que sí puedes entender: por pertenecer al rebaño progre eres un fracasado. Fracasáis hasta meando.
Esto ante que el que entiendo que es el relato de una persona poco comprometida con la educación.
Si te quedas más tranquilo, anónimo, te diré que yo no doy clases en ningíun sitio. Y en cuanto a tu percepción del fracaso, simplemente te diré que difiere de la mía, no sé ser más delicado
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