martes, enero 23, 2007

Y el pueblo salió a la calle

Dos noticias en un breve espacio de tiempo, y el mismo mar de fondo. El de un país que se arremanga ante la inacción de los poderes que supuestamente le defienden. No, no hablo de ETA, el 11-M o la destrucción sistemática de España. Hablo de cosas más prosaicas. De Alcorcón y Villaconejos, los sitios donde viven los trabajadores, donde los problemas son la hipoteca, el colegio de los niños o la inseguridad en la calle… Los juegos florales (ay, el ansia infinita de paz) sólo se practican sobre moqueta, por más que Ruiz-Gallardón quisiese sembrar de petunias Tirso de Molina.

En Villaconejos, la vecindad incendió la casa de un delincuente común que residía en el pueblo, El Calvo, que atemorizaba al pueblo ante la pasividad de los poderes públicos. Y, en Alcorcón, más de lo mismo, con la diferencia de que esta vez los delincuentes que se han apropiado del espacio público son producto no del lumpen sino de los “papeles para todos” de Leyre Pajín.

Lo peor del estado de cosas en el que vivimos no es que el Estado limite constantemente nuestra libertad (prohibiéndonos incluso comernos una hamburguesa), ni que mande un policía a nuestra casa para que le demos dinero. Al fin y al cabo, estamos acostumbrados a esta clase de monopolio. Ocurre que, de un tiempo a esta parte, ni siquiera da a cambio eso por lo que, supuestamente, tenemos que pagarles el coche oficial a individuos como Moratinos. Yo querría una sociedad libre en la que los individuos vivan en función de su esfuerzo y no del de otros. Pero es una batalla larga, y probablemente mis cansados ojos no vean esta sociedad. De momento, lo que exijo como ciudadano a los chupópteros es sólo una cosa. Que eviten que los delincuentes vayan alardeando de su condición o que los inmigrantes ilegales roben la calle a nuestros hijos.

Es paradójico que una de las cosas que hayan encendido la llama popular en Alcorcón sea que los Latin Kings cobren por usar las canchas de baloncesto. Lo es porque, en paralelo, hay politicastros que quiere cobrar por el desuso de un bien privado, la vivienda vacía. Pero esta es otra historia. Esta es la historia del monumental fracaso del Estado y de la necesidad de abrir a los individuos opciones diferentes para lograr la prestación de determinados servicios.