martes, octubre 03, 2006

Desde la torre de marfil

Sin comentarios. O, bueno, muchos comentarios, pero es que debo ir al trabajo: mis niños me esperan. Reproduzco el fragmento de un e-mail que me ha enviado un amigo que trabaja al otro lado del charco, en una de las más reputadas universidades estadounidenses bajo cuya prosperidad y riqueza se refugia un progrerío rancio que no tiene nada que enviar al nuestro. Con el fin de evitarle problemas, [he eliminado datos] que podrían llevar a identificarlo. Me he tomado la libertad de mejorarle el estilo. Ahí va:

Como sabéis, durante mucho tiempo estuve a favor de la affirmative action y de eso que algunos llaman “discriminación positiva”, oxímoron absurdo donde los haya. Le he dado la tabarra a la peña con estadísticas y experiencias que demostraban a todas luces que eran una contribución que enriquecía la vida cultural y el discurso de las instituciones, etc. Uno de vosotros me ha preguntado qué me hizo cambiar de opinión. Pues muchas cosas que ya os contaré con detalle in person estas Navidades. Valgan de momento estos dos ejemplos.

Cuando estaba en el departamento X de Y University, hace ya años, se anunció a bombo y platillo la llegada de una estudiante africana al programa de doctorado. Evidentemente, rara vez es posible dedicarse a las lenguas romances en África (si es que ello suscita interés at all), lo cual, comprensiblemente, causó considerable excitación. Picado por la curiosidad, examiné la solicitud y el proyecto, y me recorrió la espalda un escalofrío: ese lenguaje era muy familiar. Me atreví a comentar a mis colegas con senioridad que tal vez era demasiado pronto para entusiasmarse respecto a las contribuciones de que esa chica era capaz. Uno, progre chachiguay y gay militante, ventiló mi objeción con un airado gesto de mano “será una de las contribuciones más enriquecedoras al ambiente intelectual de este departamento en años”. Otra desdeñó mi actitud “monolinguista, universalista e imperialista”. Tuvieron ocasión sobrada el señor y la señora de tragarse sus palabras. La estudiante era en la cuna más africana que Eto'o, pero en la formación, más occidental que Wagner, Emerson y Tomás de Aquino juntos: era miembro de las élites de [capital africana M], se había educado en las universidades de [dos universidades británicas con solera], era soprano operística y durante un tiempo había sido considerada como una de las grandes promesas europeas del bel canto. Para colmo, ni siquiera era tan buena estudiante, y es más, teniendo en cuenta de dónde venía era un auténtico flop: recibió dos amonestaciones, tuvo que repetir sus exámenes generales y tardó un año más que sus compañeros en elegir especialización. Las ha pasado putas, sus grandes apologetas del principio ahora reniegan de ella, la evitan y no le dan ningún apoyo. Va a doctorarse a trancas y barrancas y dudo que consiga una buena posición. Esta era una de las siete personas elegidas de los noventa candidatos que había ese año para entrar en nuestro programa. No sólo hemos hecho sufrir a una muchacha en base a expectativas absurdas basadas en criterios superficiales, sino que hemos perdido un candidato que tal vez habría contribuido a enriquecer de verdad la vida de nuestro departamento.

El año pasado formé parte del comité de selección de candidatos a la Society of Fellows de Z University, que es una de las sociedades postdoctorales más famosas de EEUU. Nos llegó un candidato español magnífico, de quien ya os contaré un día, porque va a dar mucho que hablar. Llamé la atención de los otros miembros del comité acerca del joven talento. Me quedé de piedra cuando el chairman dijo: “Es hispánico, y ya incorporamos un hispánico el año pasado. Es necesario diversificar étnicamente la Sociedad”. Increíble. No sólo porque la apelación de “hispánico” a un español en el contexto mental estadounidense es cuestionable sino porque si se le hubiera considerado “no étnico”, su candidatura podría haber sido discutida. Al “representar” una etnicidad ya cubierta en la nómina de la sociedad, se hacía necesario descartarlo en favor de un “Afro-American”, “Asian” o “Pacific Islander”. No dudo que el muchacho será acogido en una universidad donde impere el sentido común, pero entre tanto nos encontramos aquí con una gran oportunidad perdida, tanto para él como para nuestra institución.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Esto es un bulo. Lo que le dijeron a tu amigo de una manera elegante es que estaba siendo parcial hacia el candidato español.

La diversificación no busca sólo tener a los mejores sino enriquecer el debate intelectual con una multiplicidad de perspectivas. Que a veces sale mal, vale, igual que a veces se busca a los académicamente superiores y sólo encuentran empolloncitos tarados.

5:07 p. m.  
Blogger Daniel Rodri­guez said...

La diversificación de la que hablas busca tener distintos colores de piel. Si hay algo que aborrezcan es la multiplicidad de perspectivas, como demuestran todas y cada una de las encuestas que se hacen de filiación política de los profesores de las universidades norteamericanas.

5:57 p. m.  

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