Miedo terminal
Aterrizó el avión. Yo venía de sentir el viento frío y seco de la libertad, el viento de los hombres de Dakota, y sabía en parte lo que me esperaba. La Terminal 4. Arreglada rápidamente para olvidar cuanto antes el molesto accidente, para no despertar a los españoles de su apática hipnosis. Con la calefacción a tope y los parking gratis, que estamos en navidad. Todos menos el D, volado por los aires con casi una tonelada de explosivos, con dos jóvenes trabajadores culpables de dormir en el coche enterrados bajo la escombrera.
Ahí estaba yo, mirando desde la barandilla el hormigón destrozado al lado de gente haciendo fotos con su teléfono móvil de ese trágico accidente. Ni una bandera española, ni un solo gesto que recordase lo allí sucedido. El cándido solar de los cobardes, de los bienpensantes sin cerebro, donde el disciplinado rebaño se deja esquilar, cuando no degollar, sin resistencia. Ahí había regresado. Con la perspectiva de volver al instituto, rodeado de nuevo de los progres de salón.
Y qué diferencia con mi viaje navideño. Libertad con mayúsculas. Ya les contaré más despacio. Ahora hay asuntos más importantes. La Libertad. El anatema. La palabra que no han incluido en el lema de la manifestación. Y sabemos por qué. Por miedo. El miedo a la libertad, el miedo a la responsabilidad, el miedo a salir del nido y enfrentarse a la vida. El miedo es la esencia de la progresía desde la Revolución Francesa. Un miedo irracional que deriva en odio y crea los monstruos que todos conocemnos. El socavón de la Terminal 4 es sólo un ejemplo.
Es esa obsesión por pasar página, por olvidar, por hacer como que no ha pasado nada y volver a nuestro panem e circense... El miedo.
Hay personas que quieren matarnos. La política bizantina se enreda en discusiones de corte semántico sobre suspender o romper el proceso, por las palabras que se escribirán en un trozo de sábana, por los accidentes o los atentados... Al final todo es más sencillo. No sé qué esperan ustedes del Gobierno más genuflexo de la historia de España, cuya hoja de servicio, que no tengo tiempo de recuperar aquí, empezó en el oscuro y no aclarado atentado de marzo. Yo, desde luego, sólo espero una cosa. Miedo. A dejar de pisar moqueta. A dejar de poder colocar a los suyos en la sopaboba pública. A los terroristas con turbante. A los terroristas con chapela. A la oposición, por más tibia y cándaida que sea. A la libertad.
Pero el miedo, señores, es un mecanismo poderoso. La adrenalina eleva las capacidades físicas y mentales de los animales y las personas. Mientras algunos buscamos esta sensación en el contacto con la naturaleza, otros la encuentran en los pasillos de los palacios y las cloacas de la corte. No subestimen al enemigo, está herido y es peligroso por más acorralado que se encuentre. Ahora no les frenará nada. Retendrán el poder a cualquier precio y tratarán de romper esta sociedad que amenaza su monstruoso plan. Lo podrán hacer por las buenas o por las malas, depende del contexto, pero no les van a frenar las leyes ni los muertos.
Es esa obsesión por pasar página, por olvidar, por hacer como que no ha pasado nada y volver a nuestro panem e circense... El miedo.
El civismo no está bien visto en esta sociedad. Qué mejor prueba que las conversaciones que se oyen en el metro, en la estación de autobús, en la sala de profesores... ¿Acaso nadie se da cuenta? La paz. Qué paz. La paz no es la ausencia de violencia física. No hay peor violencia que la que se ejerce contra el espíritu. Ése es el fondo del problema. El adoctrinamiento paulatino de una sociedad desde los planteamientos liberticidas y destructivos de los nacionalismos y los socialismos, los mismos que intentaron volar por los aires España en 1934. ETA es una de las formas adoptadas por estas fuerzas, la más dañina hoy por hoy, pero no la única ni la más peligrosa. Ojalá el problema fuera ETA.
El problema es que hay una parte de la población y una mayoría de las elites que no creen en la libertad y, en consecuencia, quieren anular la de los demás a través de la destrucción de España, único garante hoy por hoy de este preciado bien. No cabe negociación ni punto medio. A medida que se les complica la consecución de este objetivo, ellos dan un paso adelante, en un terrorífico crescendo. El 11-M como respuesta a la época Aznar es el mejor ejemplo. Después, la tregua. La mansedumbre del rebaño.
Ahora la perspectiva de una nueva oleada terrorista complica, en cierto modo, los objetivos de la persona que detenta la presidencia del gobierno. ¿Qué ha pasado?. Que la ausencia de moral del enemigo juega en nuestro favor, y posiblemente las discrepancias sobre cómo repartirse el botín (es decir, qué se les daba a los etarras y qué no) han provocado esta ruptura que, ahora sí, nos debe servir para desenmascarar al enemigo. Es una oportunidad, quizá la última, de salvar la libertad. En condiciones normales la terminal 4 servirá para anestesiar y atemorizar más a la población. Es nuestra responsabilidad que no sea así. Acabar con este juego de máscaras, obligar a que se quiten las distintas caretas (nacionalistas, socialistas, etarras, comunistas, ecologistas, laicistas islamistas) y a que descubran su verdadero rostro. Sólo así los ciudadanos se darán cuenta de lo mucho que está en juego. Lo siento por los dos chicos asesinados. Pero creo su muerte no ha sido en vano.
1 Comments:
Bienvenido, a ver si volvemos a disfrutar de tus entradas.
Miedo e ignorancia, ignorancia y miedo, cruz y cara... ¿Dónde estarían el uno sin la otra?. La ignaridad que esconde la palabra "paz", la creencia de que ésta por sí misma sana todo conflicto, el pavor a la contrariedad del que surge un "ansia infinita de rendición", la confusión de egolatría con bondad...
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